¿De donde vino la Biblia? Conclusión
NBLA Biblia de Estudio MacArthur |
Según la tradición, su viaje terminó en el Coliseo, como alimento para los leones hambrientos. Hoy lo recordamos como Ignacio de Antioquía, un estudiante del Apóstol Juan.
Como alguien que sabía testigos oculares de la vida, muerte y resurrección de Jesús, ¿qué estaba pensando cuando se acercaba el final de su vida? Esto es lo que escribió en su carta a los Trallianos (el subrayado es mio):
Sed sordos, pues, cuando alguno os hable aparte de Jesucristo, que era de la raza de David, que era el Hijo de María, que verdaderamente nació y comió y bebió y fue ciertamente perseguido bajo Poncio Pilato, fue verdaderamente crucificado y murió a la vista de los que hay en el cielo y los que hay en la tierra y los que hay debajo de la tierra; el cual, además, verdaderamente resucitó de los muertos, habiéndolo resucitado su Padre, el cual, de la misma manera nos levantará a nosotros los que hemos creído en El — su Padre, digo, nos resucitará —, en Cristo Jesús, aparte del cual no tenemos verdadera vida…
Sí, solo tenemos vida en Jesús. Gracias a Dios, tenemos su Palabra – pero ¿con qué proposito? Para conocer a nuestro Señor Jesús.
¿Qué dijo el maestro de Ignacio de Jesús?
En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. El estaba en el principio con Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de El, y sin El nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En El estaba la vida, y la vida era la Luz de los hombres. La Luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron.
Vino al mundo un hombre enviado por Dios, cuyo nombre era Juan. Este vino como testigo para testificar de la Luz, a fin de que todos creyeran por medio de él. No era él la Luz, sino que vino para dar testimonio de la Luz.
Existía la Luz verdadera que, al venir al mundo, alumbra a todo hombre. El estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de El, y el mundo no Lo conoció. A lo Suyo vino, y los Suyos no Lo recibieron.
Pero a todos los que Lo recibieron, les dio el derecho de llegar a ser hijos de Dios, es decir, a los que creen en Su nombre, que no nacieron de sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios.
El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos Su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Creer y recibir. Arrepiéntete de tus pecados y pon tu confianza en el Dios-hombre que murió una tarde hace unos 2000 años en las afueras de Jerusalén – y que se levantó de nuevo, y que vive hoy.
¿De dónde vino la Biblia? Vino de Dios. Depende de nosotros decidir qué hacer con ella.
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