Hechos

Ananías fue un discípulo respetado en Damasco en los primeros días de la iglesia (Hechos 22:12-16).

Ananías había oído hablar de Saulo (Pablo), que se dirigía a Damasco para perseguir a los creyentes allí. No es de extrañar que se sorprendiera cuando Dios le dijo que Saulo se convertiría en un embajador de Jesucristo, compartiendo el evangelio con judíos y gentiles, e incluso con reyes.

Siguiendo las instrucciones del Señor, Ananías encontró a Saulo y lo sanó de su ceguera. Es probable que Ananías haya sido el que bautizó al apóstol que pronto será famoso. (Hechos 9:10-19)

“Y uno llamado Ananías, hombre piadoso según las normas de la Ley, y de quien daban buen testimonio todos los Judíos que vivían allí, vino a mí, y poniéndose a mi lado, me dijo: ‘Hermano Saulo, recibe la vista.’ En ese mismo instante alcé los ojos y lo miré. Y él dijo: ‘El Dios de nuestros padres te ha designado para que conozcas Su voluntad, y para que veas al Justo y oigas palabra de Su boca…'”
Hechos 22:12-14

Ananías, el esposo de Safira, fue miembro de la iglesia primitiva en Jerusalén.

Aparentemente queriendo elogios de otros, Ananías y Safira vendieron una propiedad y le dieron una porción del dinero a la iglesia. Guardaron parte del dinero, pero fingieron darlo todo.

Habiendo mentido a la iglesia ya los apóstoles, y así también al Espíritu Santo, Ananías cayó y murió. Su juicio fue una advertencia a la joven iglesia.

Pero Pedro dijo: “Ananías, ¿por qué ha llenado Satanás tu corazón para mentir al Espíritu Santo, y quedarte con parte del precio del terreno? Mientras estaba sin venderse, ¿no te pertenecía? Y después de vendida, ¿no estaba bajo tu poder? ¿Por qué concebiste este asunto en tu corazón? No has mentido a los hombres sino a Dios.”

Al oír Ananías estas palabras, cayó y expiró; y vino un gran temor sobre todos los que lo supieron.

Hechos 5:3-5

Safira, la esposa de Ananías, fue miembro de la iglesia primitiva en Jerusalén.

Safira, cuyo nombre significa “hermoso”, conspiró con su esposo para mentirle a la iglesia (y al Espíritu Santo) al pretender ser más generosos de lo que eran. Su castigo del Señor se convirtió en una severa advertencia para la joven iglesia.

Pero cierto hombre llamado Ananías, con Safira su mujer, vendió una propiedad, y se quedó con parte del precio, sabiéndolo también su mujer; y trayendo la otra parte, la puso a los pies de los apóstoles.
Hechos 5:1-2

Agabo fue uno de los varios profetas de Jerusalén en los días de los apóstoles.

En los primeros días del ministerio de Pablo y Bernabé en Antioquía, Agabo advirtió sobre una futura “gran hambre” (Hechos 11:27-28).

Años después, Agabo se encontró con Pablo en Cesarea, advirtiéndole de su futura captura por parte de los judíos, una profecía que se hizo realidad en cada detalle (Hechos 21:30-33; Hechos 28:17-18).

Y deteniéndonos allí varios días, descendió de Judea cierto profeta llamado Agabo, quien vino a vernos, y tomando el cinto de Pablo, se ató las manos y los pies, y dijo: “Así dice el Espíritu Santo: ‘Así atarán los Judíos en Jerusalén al dueño de este cinto, y lo entregarán en manos de los Gentiles.'”
Hechos 21:10-11